miércoles, 25 de mayo de 2011

El magico proceso de reflejar el alma.

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Desde los comienzos de nuestra civilizacion humana, el hombre ha intentado adivinar a través de múltiples artilugios su aura o reflejo del alma, elaborando profecías sobre el destino o rumbo que tomaría la aun primitiva sociedad en la que vivían. Un ejemplo de ello, es Nostradamus, cuyas profecías siguen  siendo objeto de discusión y pasatiempo social.
Los filósofos de la antiguedad, cuya teorías hoy son motivo de estudio por su valor histórico, como Socrates o Platón, también intuían la adivinacion a través de distintos artilugios. Guardando un especial respeto a los espejos, los cuales eran considerados símbolos divino creados por los rayos de la luna, y asociados a las divinidades celestiales.
Y es que los espejos, han compartido el avance social del hombre desde tiempos inmemorables. Apoyandolos no solo en lo espiritual, sino también como artilugio de belleza y supremacía económica. En el antiguo imperio egipcio ya eran conocidos, aunque se presupone que datan de civilizaciones anteriores.
Para los griegos eran parte cotidiana de su ajuar, al igual que en la Roma de los emperadores. Elaborados de metal bruñido como el cobre, plata o bronce, los cuales estaban pulidos a mano a través de un proceso llamado plateo.
El siglo XIII contribuyo al perfeccionamiento de los artesanos del reflejo  humano, introduciendo un nuevo elemento llamado vidrio. El cual se unía a una lamina de metal, alcanzando así una imagen mucho mas nítida  y corregida. Su uso no fue de gran captación popular, ya que simbolizaba para el dominio eclesiástico, vanidad y pecado, además de ser un elemento nada sobrio. Quizás esta manera de repulsa eclesiástica tuviese su sustento, en que el espejo era un símbolo alquimista, utilizado para la unión del mundo espiritual, el cual simbolizaba la conexion entre lo visible e invisible. Teoría nada compartida por el domino religioso de la época y considerara sinónimo de cabalismo y adivinacion astrológica, rituales que bautizaron con el nombre de catoptromancia.
No seria el espejo un elemento distinto a todo aquello que ha inventado el hombre, el cual se recibe con cierta  incredulidad o repulsa, siendo aceptado con el tiempo ya sea por su propia utilidad o por efecto jerárquico.
Los artesanos venecianos, desarrollaron el arte de construir espejos llegando a elaborar espejos de gran tamaño. Convirtiéndolos en parte decorativa en salones y vestíbulos, dándole así otro uso al que un día nacería para reflejar la vanidad humana.
Técnica de construccion que les costaría mas que su propio encierro dentro de las lindes de Venecia, ya que la autoridad de la época los solían amenazar de muerte si abandonaban la ciudad, con el propósito de trabajar o comercializar esta forma de construccion y elaboración de espejos en otro lugar.
Comenzando así una era de espías, sobornos, muertes y lujo. No solo los artesanos venecianos eran presa de su propio ingenio, en la Isla de Murano también les era prohibido el expandir o compartir las técnicas de elaboración del material con el que se fabricaba, el tan cotizado artilugio, que empezaba a crear furor entre las cortes europeas creándose lo que hoy llamaríamos, espionaje industrial. Ya que los reyes y nobles, solían enviar a espías para copiar las técnicas de elaboración, con el único propósito de buscar el reflejo perfecto con el que engalanar salones palaciegos. Aunque también el espejo, servía para multiplicar el reflejo de la luz de las velas y crear así un espacio mucho mas luminoso.
La fiebre por la decoración de palacios y casas aristocráticas, creo un nuevo gremio que alcanzaba cada día mas poder. Ya que convirtió a los artesanos y especialistas del cristal, en decoradores, considerandolos la sociedad aristócratas de la decoración. Ganando con ello no solo dinero, sino también poder e influencia, olvidando así los comienzos místicos de este artilugio cada vez mas social.
Hoy en día los espejos son parte de nuestras vidas, su uso cotidiano pasa desde la decoración de un espacio, a la mera función de ver reflejado en él nuestro rostro, el cual maquillamos para disimular como se siente nuestra alma.
Haciéndolo complice obligado, del disfraz del que muchas veces gozamos para disimular lo que somos, convirtiéndonos con su ayuda en personajes de mascara y ficción social.
Un abrazo.
La aguja dorada.

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